[EN IMÁGENES] Día de la Dignidad de las Víctimas de Crímenes de Estado. Movilización Nacional
No era casualidad que decenas de personas se concentraran ese 6 de marzo en la plaza Eduardo Umaña, en el centro de Bogotá, a pesar del frío y la previsible lluvia. El legado de este abogado todavía hoy permanece en la memoria de sus compañeros de lucha y amigos, que 16 años después de su asesinato lo reivindican como una figura clave en la defensa de los derechos humanos en Colombia.
Eduardo Umaña Mendoza fue una de las miles de víctimas de la violencia sociopolítica en Colombia. El 18 de abril de 1998, dos hombres y una mujer haciéndose pasar por periodistas, lo asesinaron en su oficina. En 2009, el jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia Salvatore Mancuso confesó la autoría de los paramilitares en el crimen. Sus más allegados aseguran que a Eduardo Umaña a menudo se le escuchaba decir: “más vale morir por algo que vivir por nada”.
Su rostro fue uno de los que los asistentes ese 6 de marzo se colgaron en el pecho para salir a marchar por las calles del centro de la capital, en conmemoración del Día de la Dignidad de las Víctimas de Crímenes de Estado. Quienes de a poco se iban congregando en el sitio eran familiares y víctimas que el Estado había dejado tras de sí, después de más de medio siglo de conflicto armado interno y violencia socio-política.
La carrera séptima, repleta de gente yendo de un lado para otro, a sus casas, a sus trabajos, a sus universidades, era testigo de cómo poco a poco, hacia las cuatro de la tarde, más de un centenar de personas se reunían para empezar un recorrido hasta la Plaza de Bolívar.
Imponente, se veía una gran pancarta de color naranja y verde, identificativos del Movice, en la cual se podía leer una de las principales peticiones de quienes marcharon ese día: Paz sin crímenes de Estado. Acompañados por el anhelo de miles de personas en todo el país que, en el marco de una movilización nacional ese día, gritaron: ¡Que no se repita!
A las cuatro en punto, cuando –siguiendo la costumbre tan colombiana de no estar a tiempo- la mayoría de las personas que iban a participar de la conmemoración no había llegado, apareció el Senador Iván Cepeda, quien fue saludado por todos los presentes.
Su presencia ahí tampoco era casualidad. Un 9 de agosto de 1994 su padre, Manuel Cepeda Vargas, considerado el último congresista de la Unión Patriótica, fue interceptado por sicarios mientras se dirigía en vehículo de su casa al Congreso de la República. Varios disparos le causaron la muerte.
Ese 6 de marzo, él también portó la foto de su padre colgada del pecho. Un acto que se repetiría con el resto de asistentes, quienes hicieron lo mismo con la foto de su familiar o víctima que el Estado, en su accionar u omisión, en su apoyo directo o indirecto a los paramilitares, había causado. Periodistas, estudiantes, líderes y lideresas. Cientos de rostros que recordaban las épocas más oscuras de nuestro pasado y, tristemente, de nuestro presente.
Para sorpresa e incredulidad de algunos, se veían fotos de personas que habían sido asesinadas en 2016 e, incluso, unos pocos días antes. Entre ellas, Ruth Alicia López Guisao, una joven líder del Congreso de los Pueblos y el Coordinador Nacional Agrario, asesinada en Medellín tan sólo cuatro días antes.
Mientras sus familiares la enterraban en la más absoluta discreción por medio a represalias, en Bogotá los marchantes coreaban valientemente ¡Por nuestros muertos ni un minuto de silencio!
Aún en momentos en los que se habla de paz, en todos los territorios del país, los defensores de derechos humanos y los líderes y lideresas sociales caen asesinados ante la mirada indiferente del Estado y la sociedad, por las balas de los paramilitares cuya existencia sigue siendo negada por el Gobierno.
Es por esta razón que muchos de los que estaban reunidos en ese momento marchaban. Por el desmonte del paramilitarismo, la implementación del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC y el apoyo a los diálogos con el ELN.
A la vez que ocurría en Bogotá, en varias ciudades del país, entre ellas Aguachica, Barrancabermeja, Cali, Manizales, Medellín, Sincelejo y Villavicencio, se realizaron plantones para conmemorar este día de memoria y exigencia de los derechos de las víctimas. Por temas de logística, ciudades como Popayán y Barranquilla aplazaron las actividades para el 8 de marzo, coincidiendo con la celebración del Día de la Mujer. Sogamoso hizo lo propio el 11 de marzo.
En Bogotá, la marcha empezó su camino hasta la Plaza de Bolívar. Eran alrededor de las 4:40 de la tarde. Las personas caminaban y el tráfico normal de la séptima se interrumpía. Las bocinas de los carros estancados sonaban fuertemente instando a que los manifestantes se movieran rápido de ahí. Indiferentes, indolentes, lo más probable es que ni siquiera supieran el motivo que reunía a tanta gente.
Y mientras avanzaban, los nombres de las víctimas se oían una y otra vez, envueltos en el clamor de no ser olvidados, de obtener algún día justicia. Los manifestantes, corazón en mano, respondían al llamado: ¡Presente! ¡Presente! ¡Presente!
Por las más de diez cuadras que atravesó la oleada de personas, solidarias con quienes han padecido las injusticias de la guerra, diferentes muestras artísticas las acompañaron representando la indiferencia de la sociedad frente a los muertos. Aquellos que no son vistos, ni oídos. En silencio, los artistas caían sobre la fría calzada y sus compañeros los cubrían con una manta negra en la cual se podía leer: No se quede mirando.
La marcha, alrededor de las 5:30 de la tarde, y a pocas cuadras ya de su destino, se detenía. Los organizadores repartían algo de fruta entre todas las personas que solemnemente se habían congregado en esa tarde de marzo, expectantes ante la inclemente lluvia que cada vez se veía más próxima.
Ya en la Plaza de Bolívar se estaba organizando la última parte de la jornada. 15 minutos después el diluvió hizo acto de presencia. Las personas que habían llegado hasta allí rápidamente corrieron a buscar refugio. Poco a poco, la plaza fue quedando vacía y los asistentes arrinconados bajo los pocos tejados de los alrededores. Vuelta a la calma, y con el llamado de la música, los asistentes fueron regresando al punto de encuentro.
Nunca hubo una reacción estatal a esa movilización. Pero como siempre, como tantos años atrás, la lucha por construir un nuevo país seguirá en pie. Hasta encontrar respuestas.