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(Español) Crónica: MEMORIA TRANSFORMATIVA conocimiento construido desde el diálogo y los territorios

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Intercambio internacional entre artistas, académicos, activistas y líderes sociales de siete países en Bogotá y los Montes de María, Colombia

Febrero, 2020

Hay una canción ancestral del pueblo indígena Embera-Chamí, que se transmite de abuela a nieta desde décadas atrás y habla de la filosofía de este pueblo llamada Pensar en Grande. La canción le fue enseñada a Patricia Tobón Yagari por su abuela. Mujer indígena Embera-Chamí, abogada y comisionada de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición de Colombia, Patricia entonó esta canción para iniciar su reflexión en el evento de Memoria Transformativa, que recibió a un público de más de 200 personas el 18 de febrero de 2020, en la Universidad Nacional de Colombia en la ciudad de Bogotá. “Pensar en grande para los Emberas no es pensar con el amigo, ni con la familia. Cuando los Emberas vamos a pensar en grande, vamos a pensar con los que pensamos diferente. Cuando somos capaces de llegar a acuerdos con los que pensamos diferentes, nosotros hemos pensado en grande. Y esa es la invitación que quisiera hacer para abrir la palabra en este espacionos compartió Patricia.

 Cuarenta artistas, activistas y académic@s de países como Indonesia, Canadá, Perú, Uganda, Colombia, Estados Unidos e Irlanda se reunieron durante seis días (16-22 de febrero) en Colombia, en Bogotá y en la región de los Montes de María, en un intercambio internacional para pensar en grande alrededor del concepto de memoria transformativa. La iniciativa fue organizada por la Universidad de British Columbia, en Canadá, en alianza con la Universidad Nacional de Colombia y el Colectivo de Comunicaciones de los Montes de María – Línea 21 y con el apoyo de la Universidad de los Andes y el estudio de la artista visual Erika Diettes.

El Intercambio inicia en Bogotá con una reflexión sobre los caminos que llevan a la creación del proyecto colaborativo de Memoria Transformativa en el 2018. Como lo recordaron Erin Baines y Pilar Riaño, investigadoras principales del proyecto: aunque cada persona tiene diferentes historias y praxis, hoy nos trae aquí, el deseo compartido de pensar de manera renovada sobre las secuelas y los mundos de vida posteriores a la violencia y el despojo en nuestros países, territorios y naciones.

Este encuentro tuvo como propósito reflexionar, explorar e interrogar cómo la experiencia del intercambio, del diálogo y de la visita a los territorios donde se desarrollan diversas iniciativas de memoria puede convertirse en una metodología de construcción de conocimiento. A través del intercambio nos adentramos en las preguntas críticas de ¿qué hace que la memoria transforme las relaciones, ya sea entre nosotros, entre vivos y muertos o entre los seres humanos, el territorio y los demás seres vivos? o ¿cómo la memoria transforma los contratos sociales y las políticas estatales?

Para Kamari Maxine Clarke -antropóloga legal en la Universidad de California-, la memoria transformativa no es un punto final. Se trata de lucha, compromiso, vulnerabilidad, duda, fe, esperanza, amor y compasión por nosotros mismos y los demás, así como la capacidad de ver condiciones más grandes de desigualdad y trabajar para la reconfiguración del problema y no del síntoma. En última instancia, tanto las víctimas como los perpetradores son categorías construidas que emergen de condiciones similares de desigualdad que perturban nuestro mundo.

Las preguntas las examinamos a través de diversos medios, lenguajes, y encuentros con iniciativas y organizaciones que trabajan el tema de la memoria histórica en Colombia, así cómo desde la experiencia propia que cada uno de los participantes de diferentes países traía consigo.

El intercambio en Colombia se dio en un momento crucial para los trabajos de memoria en el país, con la puesta en marcha de las instituciones del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, creado como resultado del proceso de paz firmado en 2016 por el Estado Colombiano y la guerrilla de las FARC. En el marco de la iniciativa Memoria Transformativa, tuvimos la oportunidad de encontrarnos con máximas autoridades del sistema de justicia transicional: Patricia Linares, presidenta de la Jurisdicción Especial para la Paz, Luz Marina Monzón, directora de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas en el marco del conflicto, y Ángela Salazar y Patricia Tobón, comisionadas de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Creo que la verdad tiene que ser escuchada. Yo creo que todas las verdades tienen que escucharse, pero no son todas legitimas, expresó Luz Marina Monzón quien con las otras panelistas compartieron los retos, dudas y amenazas de su trabajo alrededor de la verdad, la memoria, la justicia y la reparación a las víctimas.

 

Entre fotos, objetos, trazos y notas musicales

El arte y las experiencias colectivas y comunitarias han sido algunas de las bases del diálogo. De la mano de Jesús Abad Colorado recorrimos la exposición “El Testigo” y las historias detrás de cada fotografía. La artista visual Erika Diettes nos abrió las puertas de su estudio y a partir de su obra “Relicarios” tuvimos una significativa conversación alrededor de su proceso creativo trabajando con las familias de personas desaparecidas y esos objetos íntimos que preservan sus memorias. Este diálogo generó profundas conexiones entre las prácticas emprendidas por las víctimas de Uganda y las de Colombia y las maneras en que la narrativa y la creatividad transmiten memorias y dolor.

Estas visitas proporcionaron a los participantes del Intercambio un amplio contexto sobre el conflicto en Colombia -a través de representaciones visuales, documentación visual y material de archivo- incluyendo las diversas dimensiones humanas, ambientales y culturales de la guerra. En palabras de Juliane Okot Bitek, poeta y doctora en estudios interdisciplinarios de la Universidad de British Columbia, estas son formas de arte utilizadas “para unir al público” y “para hablar de sus experiencias. El arte como empoderamiento para unir a las personas para expresarse”.

El intercambio internacional e intercultural por medio del arte se materializó en una performance, en una exposición gráfica, en el canto espontáneo de vallenatos y alabaos y en presentaciones musicales y de danza.

Waira Jacanamijoy es indígena inga de Yurayako, municipio de San José de la Fragua, departamento del Caquetá y Émilie Monnet es indígena Anishinaabe y Francesa Canadiense. Su puesta en escena titulada “Nigamowin y Tunai”, palabras en Anishnabemowin e Inga para decir canto, usó sonidos, imágenes y, claro, la voz, para transportar a la audiencia a sus memorias más afectivas con el agua. A través del performance, mostraron como el intercambio, en su caso entre comunidades indígenas de Canadá y Colombia, es una metodología de conocimiento que genera procesos colectivos de creación artística.

La exposición “Sueños Robados”, montada en la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, construyó un puente entre Indonesia, Colombia y Uganda, a través de las ilustraciones del artista indonesio e integrante del Instituto de Historia Social de Indonesia-IIHS, Alit Ambara, como resultado del intercambio de Memoria Transformativa de 2019, en el país africano. Con ello, se entrelazan los hilos que venimos tejiendo a través de los viajes y visitas a las distintas iniciativas de memoria en los países en los cuales se desarrolla este proyecto.

La música, la percusión y la voz de las cantaoras del grupo Echembelek, una iniciativa de mujeres Afro desplazadas del Pacífico colombiano, evocó la memoria sonora de su territorio, pero también los abrazos de solidaridad entre sobrevivientes de los conflictos en Colombia y Uganda, la fuerza del baile colectivo y del canto por la paz y contra la violencia:

Mire, mire, mire lo que esta pasando

     Hoy la madre tierra se encuentra llorando.

     (alabado de mujeres de Echembelek)

Jeff Korondo músico ugandés y constructor de paz, es cofundador de la organización Música por la paz en el Norte de Uganda. Música por la paz promueve el poder de la música para el cambio social. Jeff tocó con las cantaoras de Echembelek y, a lo largo de las jornadas del Intercambio, mezcló su música con los ritmos del vallenato, la gaita y el tambor de las comunidades de los Montes de María. Los participantes de Memoria Transformativa también estuvieron en la Escuela de Música Lucho Bermúdez, en el Carmen de Bolívar, donde los cantos, bailes y décimas compartieron escenario con las experiencias de comunicación del Colectivo de Comunicaciones de los Montes de María – Línea 21 y las iniciativas de memoria y de búsqueda, exhumación y entierro de las victimas de la violencia en Bojayá, Chocó que José de la Cruz Valencia, Bojayaceño e integrante del Comité de Víctimas de Bojayá compartió.

 

Museos comunitarios e institucionales

Diferentes participantes del Intercambio destacaron la fortaleza y la amplitud de los trabajos de memoria realizados en Colombia tanto desde la sociedad civil como desde el Estado. Estas reflexiones alrededor de la historia del conflicto se ven en diversas prácticas, tanto académicas, como culturales y comunitarias, pero también se materializan en los museos, con narrativas que varían de acuerdo con el autor y el objetivo del acto de hacer memoria.

Reflexionando sobre las variadas formas de los trabajos de la memoria en Colombia, John Roosa, profesor asociado de Historia en la Universidad de British Columbia, subrayó que muestran, “una apertura y una explosión de la actividad.” Pero también reflexionó sobre las disputas, las “posiciones atrincheradas” de las diferentes narrativas y los factores políticos que pueden ser obstáculos a este trabajo: Como historiador, me pregunto: si hubiera venido a Colombia hace 10 años, ¿cómo sería eso [las iniciativas de construcción de memoria]? Y, si vuelvo en 10 años, ¿cómo se verá?.

La visita a la Sala “Memoria y Dignidad Sargento Primero Libio José Martínez Estrada”, del Museo Militar, evidenció como la memoria no se limita a organizaciones sociales, sino que el Estado y sus instituciones, incluidas las fuerzas militares, también se encuentran desarrollando iniciativas. Además, hizo evidente las actuales tensiones, debates, disputas y “batallas” alrededor de nombrar y darle sentido a la experiencia del conflicto en Colombia. Como expresa Maria Emma Wills, profesora invitada de la Universidad de los Andes, los participantes pueden experimentar por sí mismos las opciones curatoriales detrás de la narrativa oficial de los militares. Dicha narrativa es importante para comprender la dinámica y las batallas que ocurren en el campo de la memoria en Colombia. En ese sentido, el Intercambio en Colombia interpeló a sus participantes a pensar la memoria no como un concepto o ejercicio abstracto, sino como un campo abierto y dinámico de relaciones de poder.

Ese campo, sin embargo, también se construye desde las comunidades. En el municipio de San Jacinto, en los Montes de María, pudimos visitar dos museos que emergen de la sociedad civil: el Museo Comunitario de San Jacinto y el Museo Itinerante El Mochuelo. El primero nació de una colección arqueológica y documental de artefactos organizada en el edificio de la Alcaldía en los años 1980, pero que fue atravesado por el conflicto armado y tuvo de cerrar sus puertas. Sus materiales fueron resguardados por la población local y están nuevamente expuestos en un espacio de autogestión. La memoria en el espacio se remonta a los tiempos pre-coloniales, con objetos arqueológicos de habitantes ancestrales de esta región, las poblaciones Zenú y Malibú, además de piezas regionales de artesanías, las hamacas y las gaitas.

A la distancia de solamente cruzar una calle estaba el Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María, también conocido como El Mochuelo. A la entrada del museo, Soraya Bayuelo quien ha venido liderando esta iniciativa compartió: este es un museo que se desarma y arma y que va de pueblo en pueblo llevando la memoria y dejando la memoria plasmada de lo que aquí paso y de lo que jamás debe volver a pasar. El museo con nombre de pájaro presenta creaciones de las comunidades sobre el conflicto armado, como los 12 dibujos de Rafael Posso sobre la masacre de Las Brisas, la Sábana de Sueños de La Pelona, construida colectivamente por los pobladores y el “árbol de la vida”, del cual cuelgan 1.400 nombres de víctimas en el marco del conflicto. Los guías, llamados “mochuelos-cantores” son jóvenes de la región que replican el trabajo de memoria.

 

Reflexiones y luchas compartidas

Lo colectivo y lo comunitario están en el centro de las organizaciones de la sociedad civil que trabajan con la memoria en Colombia. En la Casa del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado-MOVICE, plataforma constituida por más de 200 organizaciones de víctimas y defensoras de derechos humanos en Colombia, el diálogo transcurrió en torno a la relación entre memoria, movilización social y participación política. Mediante la acción colectiva, MOVICE desafía las prácticas sociales de indiferencia y complicidad y hace efectivos los derechos amenazados por la violencia política y la criminalidad estatal.

Los y las participantes también tuvieron la oportunidad de dialogar sobre los retos y procesos de memoria desarrollados por las víctimas de crímenes de Estado, y su articulación con colectivos como Beligerarte, Otras Voces y Kabala Teatro que desde el arte (murales, grafiti, afiches y performance) desarrollan iniciativas de lucha contra la impunidad y el olvido.

En la vereda Las Brisas, en los Montes de María, nos reunimos con los residentes locales alrededor del árbol de tamarindo, lugar de la masacre y ahora de memoria: Cuando volvimos, diez años después de la masacre, el tamarindo estaba del mismo tamaño, pero su herida llegaba hasta las raíces. Él estaba muriéndose, con una cicatriz tan bárbara y que tenía mucho que decir. Pero volvió a retoñar y, después de 16 años, a dar frutos nuevamente. Como nosotros, fue estigmatizado y nos estaba dando una enseñanza de vida, cuenta el cantor de la memoria, artista y líder, Rafael Posso, de las Brisas.

El árbol de tamarindo se encuentra entre las empinadas colinas de Las Brisas, el corazón de la comunidad donde los miembros se congregaban para practicar deportes, actividades culturales y de comercio de ñame, yuca, maíz y plátano. En marzo del año 2000, sin embargo, bajo el mismo tamarindo, paramilitares citaron a los campesinos que señalaban como colaboradores de la guerrilla. En la masacre, doce de ellos fueron asesinadas, incluidos los familiares de Rafael, y los demás pobladores tuvieron de desplazarse.

En su ausencia, el árbol se secó y dejó de producir fruta hasta que la comunidad regresó 16 años después. Celebramos rituales de sanación para traer la vida, nos dijo Rafael. Jugar aquí, vivir aquí es una maravilla. Los árboles son parte de nosotros mismos. Actualmente, el tamarindo que ha vuelto a reunir los vecinos bajo su sombra también se ha transformado en un importante lugar de memoria. El 21 de febrero de 2020, el encuentro debajo del árbol de tamarindo contó con las palabras de los campesinos de Las Brisas, pero también de Rosemberg Barón, líder campesino, coordinador de colectivo de narradores de la memoria y miembro de la mesa de víctimas de San Onofre, en los Montes de María, y de Docus Atyeno, investigadora del tema de género en el Justice and Reconciliation Project – JRP, de Gulu, Uganda.

Escuchar las historias sobre lo que allí sucedió, les recordó a las participantes de otro lugar de memoria, a miles de kilómetros de distancia, en la vereda de Lukodi en el Norte de Uganda. En mayo de 2019, participantes se reunieron bajo la sombra de un gran árbol de mango para escuchar a los sobrevivientes de la masacre de Lukodi y cómo el recuerdo de dichos eventos se reactiva cada año con la temporada de mango. Los arboles son, en lugares tan apartados, repositorios, huellas y cuerpos de y para la memoria. Para los Acholi en Uganda, cuando se corta un árbol, sus raíces permanecen en la tierra, por eso este árbol aún crecerá, dará hojas y frutos nuevamente.

El encuentro en las Brisas, al lado del árbol y en un territorio que ha sido testigo de tanta violencia y dolor fue una experiencia emocionalmente muy profunda. Allí, Émilie Monnet canto en lengua propia una canción que creó para su obra OkinumEs una canción de duelo, dice Émilie, pero también siento que es una canción curativa cuando la canto. Sentí apropiado compartirla en ese momento. Las palabras pueden ser limitantes a veces y estaba tan cargada de todo lo que se compartió con nosotros ese día: el horror, pero también la resistencia y la generosidad de nuestros anfitriones … y la importancia de recordar siempre”.

Para Paolo Vignolo, director del Departamento de Historia de la Universidad Nacional – sede Bogotá, los árboles son una metáfora para pensar la memoria transformativa, revelan las violencias estructurales y las pretensiones de algunos actores de transformar de manera brutal a las formas de producción, y permiten reflexionar sobre la relación con la memoria del territorio y la re-significación de los lugares. La memoria transformativa es un esfuerzo de restablecer equilibrios que se han quebrado entre los humanos y entre los humanos y lo no humano que nos rodea y nos permite vida (…) Como nos lo recuerda el dramaturgo Bertold Brecht en su poema “A los que vendrán después”, escrito durante el crecimiento del nazismo y la Segunda Guerra Mundial:

¡Qué tiempos son estos, en que

hablar sobre árboles es casi un crimen

porque implica silenciar tanta injusticia!

 

Recordando y abriendo espacios

En el corregimiento de El Salado, lugar en el que tuvo de lugar una de las masacres más atroces del conflicto colombiano, el Intercambio también promovió un diálogo entre las experiencias de construcción de paz. John Jairo Medina, líder campesino de Asodesbol (Asociación de Desplazados de El Salado-Bolívar), presentó el proceso de construcción de memoria en el corregimiento tras el retorno de la población, mientras Isaac Okwir Odiya, Coordinador del Programa Proyecto de Justicia y Reconciliación (JRP) de Uganda, expuso los trabajos desarrollados por su organización en Gulu con personas campesinas quienes fueron desplazadas durante las más de dos décadas de conflicto armado en la región. Las personas de la comunidad que acudieron a este dialogo tenían muchas preguntas para quienes venían de Uganda, ¿pudieron volver a cultivar después que retornaron a sus hogares? ¿qué pasa con los jóvenes? El diálogo se estableció en torno a temas como las posibilidades de cultivos tras el retorno a los territorios y las estrategias para contar lo que pasó a las nuevas generaciones. Eliana Suarez, nacida y criada en Perú, profesora asociada de la Universidad Wilfrid Laurirer, en Canadá, destacó el orgullo cultural y regional como fuente de la resiliencia y la fortaleza mostradas por las comunidades en estas expresiones de memoria.

Estos modos de encontrarse y estar juntos para Evelyn Amony, cofundadora y presidenta de Women’s Advocacy Network-WAN (Red de Defensa de la Mujer) -un foro de más de 500 mujeres que abogan por justicia y reparación después de 27 años de guerra en el norte de Uganda- son también momentos en los que se reconoce la experiencia común. En el intercambio, reflexiona Evelyn, cuando visitó los museos o compartió su experiencia con las mujeres de Echembelek o en San Basilio de Palenque, se dio cuenta que muchas otras personas que como ella han perdido a un ser querido y que vivían con el dolor de no saber si estaban vivos o no. Buscar a los desaparecidos adquiere muchos significados. Para Luz Marina Monzón, la búsqueda de las personas desaparecidas es por la verdad y también para encontrar a quien se extraña y la razón de por qué desaparecieron. Para Evelyn, cuya hija desapareció durante la guerra, la búsqueda es un acto de cuidado, amor y esperanza de que alguien, en algún lugar, la este criando, así como Evelyn crió niños que quedaron huérfanos durante la guerra y sus familiares inmediatos eran desconocidos. Esa experiencia de pérdida, de preguntarse dónde están sus familiares, de su búsqueda utilizando diversos medios de rastreo e identificación, es un recorrido compartido por algunas de las personas y organizaciones participantes del intercambio en Colombia, en Uganda y Perú.

Otros diálogos surgieron desde el trabajo de la comunidad de San Basilio de Palenque, donde la memoria se representó en baile, en las plantas tradicionales y en las reflexiones sobre la historia de violencias y resistencias que se acumulan desde el período de la esclavitud hasta el conflicto armado. Nosotros somos descendientes de africanos, Palenque es un pedazo de África en Colombia, y qué bueno compartir con los compañeros que vinieron de allá, afirma Vanessa Tejedor, del Colectivo de Comunicaciones Kucha Suto“escúchanos” en lengua palenquera. Las experiencias compartidas por participantes ugandeses y el trabajo constante por la transformación, la inspiraron a continuar su trabajo local con iniciativas juveniles de producción de radio y video: Estamos poniendo en práctica en la comunidad (de personas desplazadas) una iniciativa desde las nuevas tecnologías. Buscamos que cuenten esa historia, no para sentirse víctimas, sino para buscar opciones para salir adelante. Tenemos que reinventarnos, agrega.

Los seis días de intercambio permitieron que los participantes interrogaran nuevas maneras para pensar sobre la memoria y la transformación. Y el afecto estuvo presente desde el mismo significado de la palabra recordar. Aimée Craft, indígena Anishinaabe-Métis, abogada y profesora asistente de la Universidad de Ottawa, en Canadá, reflexionó sobre el término en inglés, remember, entendiéndolo como “volver a unir a las personas conceptualmente, espiritualmente y físicamente” y como la formación de un colectivo (re: volver a ser /member: miembro). Esta interpretación del término se acerca a los ausentes en el marco del conflicto, como las personas desaparecidas, pero también al futuro, con la participación de jóvenes en los ejercicios de memoria. En español, la palabra también tiene peso: recordar viene del latín recordis que es volver a pasar por el corazón, como citó Pilar Riaño Alcalá, profesora del Instituto de Género, Raza, Sexualidad y Justicia Social de la Universidad de British Columbia.

Mientras recorrían las memorias, o eran “testigos” –en las palabras de David B. McDonald, profesor de la Universidad de Guelph– de los recuerdos de otras participantes, de artistas, activistas, académicos y las comunidades en los territorios, también compartieron sus experiencias de forma espontánea, caminaron por veredas, dialogaron con pobladores, mantuvieron silencio y sintieron el cansancio de largas jornadas y el calor agobiante. Los momentos transformadores se encuentran también en estos procesos de construcción de relaciones a través del compartir tiempo, comida e historias, como Michael Otim, cofundador de JRP en Uganda del Norte, reflexionó: nunca ha habido un momento en el que no haya aprendido algo nuevo al hablar con las comunidades.

Estos nuevos espacios tienen un potencial transformador, según Brandon Hamber, de la Universidad de Ulster, en Irlanda del Norte: Pienso en qué es memoria transformativa y siento que es cuando abres un espacio, y ese espacio puede ser cuestionado, interpelado. Ese espacio puede ser sencillamente un espacio libre que permite que la discusión surja, que las ideas puedan fluir y ser libres. Para mí, es justo allí donde la transformación ocurre, afirmó en el último día del Intercambio.

 

Video de la experiencia