Derecho a la justicia

Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoce la muerte por pena moral

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Colombia ya ha sido condenada por las masacres de Pueblo Bello, La Rochela, Mapiripán, Ituango y Palmeras, entre otras.

Gilberto Morales Téllez, de 72 años, entró en una depresión profunda un mes después de la masacre de La Rochela, el 18 de enero de 1989, donde fueron asesinados 12 miembros de una comisión judicial por paramilitares, entre ellos su hija Mariela. La imagen de Mariela muerta y con las manos atadas a la espalda que mostraron un día después los medios de comunicación, quedó grabada para siempre en la mente del padre que poco después cayó enfermo.

Cuentan sus hijos que no cesaba de preguntarse qué había sentido su hija, por qué la habían asesinado, si había sufrido mucho. La angustia y el dolor produjo una úlcera que posteriormente le causó una hemorragia digestiva y luego una complicación de males que en el certificado médico aparece como “una falla multisistémica”. Morales murió el 16 de abril de 1989, tres meses después del asesinato de su hija.

La familia no pidió indemnización pero el caso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, IDH, que luego de hacer un peritaje psicológico con los familiares de las víctimas de la masacre en enero de 2007, dejó constancia de que la muerte de Morales se debía al sufrimiento por la muerte de su hija. “El padre de 72 años con un estado de salud regular correspondiente a su edad, se quebró ante la muerte de su hija, presenta severos trastornos mentales y fallece por un infarto, no pudo soportar lo sucedido”, fue el concepto que dio la psicóloga Felicitas Treue, encargada del informe. En pocas palabras, a Morales lo mató la pena moral.

Pero la muerte de Mariela Morales no solo afectó en forma severa a su padre. En cada miembro de la familia acusó dolor, tristeza, rabia, desesperación… “Se abrió una herida que no ha cicatrizado hasta el día de hoy -dice el informe-. La madre también se ve muy afectada, empezó a enfermarse, se le generan problemas cardíacos así como una situación depresiva”.

No es el único caso en que la tristeza causa estragos. Belarmino Durango, de 9 años, no resistió la desaparición de su hermano Camilo de 20 años, y se suicidó. Sucedió en enero de 1990, 15 días después de la masacre de Puerto Bello, Urabá, donde los paramilitares desaparecieron a 37 campesinos y asesinaron a otros seis, entre ellos al joven Durango.

Su madre relató los hechos el 19 de septiembre de 2005 durante una audiencia en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en Costa Rica: “Se le veía en una tristeza horrible, triste, triste… El niño me decía que se le había presentado Camilo, que Camilo le tiraba un lazo y le decía que se tirara que no le pasaba nada”. Contó que lo llevó al médico y que este le dijo que no tenía nada, que eran locuras del niño. Pero el pequeño no pudo aceptar la desaparición de su hermano -sus restos no han aparecido- y se ahorcó.

También se quitó la vida Pedro Escobar Mejía, padre de Juan Luis y Leonel, desaparecidos en los mismos hechos de Puerto Bello. Se suicidó luego de una reunión de familiares de las víctimas con miembros del Ejército. “Lo pasado es pasado, hay que cambiar de pensamiento”, les dijeron. Después de la reunión, Escobar no volvió a hablar, no volvió a comer ni a dormir. A los pocos días se degolló…

A raíz de las masacres de Trujillo, Valle, entre 1988 y 1994, en las que murieron o fueron desaparecidas 342 personas, siete sobrevivientes se dejaron morir de inanición. “Me tocó ver al papá de los Vargas sentado en una banca del parque frente a la Alcaldía -cuenta la hermana Maritze Trigos- . Le preguntaban: ‘¿Usted qué hace aquí sentado todo el día? Mire que va a llover, que está haciendo frío, ya está de noche’ “. La respuesta era siempre la misma: “Estoy esperando a mis hijos, siento que en algún momento van a llegar”. Se quedó en esa banca esperando hasta que murió.

Los mencionados son solo 10 de los casos documentados en las sentencias condenatorias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado colombiano por las masacres de Pueblo Bello, La Rochela, Mapiripán, Ituango y Palmeras, entre otras.

Pena moral

La muerte por causas emocionales de numerosos sobrevivientes o familiares de víctimas ha llamado la atención de la Corte, que ha desarrollado en las sentencias el tema de la valoración emocional y física de los sobrevivientes al comprobar que en la mayoría de los casos esas personas no fueron reconocidas como víctimas.

Por eso, tras revisar los casos y posteriormente a los fallos, casi 20 años después de ocurridos los hechos, ha ordenado hacer peritajes psicológicos con el propósito de que esas víctimas sean reconocidas. Hasta ahora van 20 casos.

Y es que, aunque parece increíble, la gente puede morir de pena moral. Según la psicóloga Andrea Guana, de la Alianza Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz y experta en atención traumática por razones del conflicto, “la salud implica la interacción de factores biológicos, psicológicos y sociales, y por eso cuando se presentan alteraciones en alguno de ellos se produce un deterioro general de la persona, y en el caso de alteraciones emocionales, estas predisponen el desarrollo de enfermedades”.

Está documentado y probado científicamente que el estrés y los problemas emocionales pueden afectar al sistema inmune y facilitar así el desarrollo de cáncer, infecciones, alergias, problemas gastrointestinales y enfermedades autoinmunes, o complicar las que ya existen hasta llevarlas a un curso fatal. Condiciones mentales como la depresión y los trastornos de ansiedad pueden asociarse igualmente con el deterioro de la salud física, el origen y evolución del cáncer y enfermedades cardiovasculares, e incluso incrementan sobremanera el riesgo de muerte.

Según la psicóloga Guana, son bastante frecuentes los relatos de parientes de víctimas del conflicto sobre cómo alguno de sus familiares dejó de comer, enfermó y finalmente murió de infarto. Mueren de tristeza y, como dice el psicoanalista Giuseppe Maggiore, “No hay nada más abyecto y perverso que matar el cuerpo de una persona a través de su alma”.

¿Se puede morir de pena moral? Andrea Liliana Guana, psicóloga de la Alianza Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz responde ese interrogante. Vea el artículo en Recursos Relacionados.

Septiembre 18 de 2008