Texto de: Sindicato de trabajadores de la industria automotriz SINTRASOFASA
Rodrigo Torrejano Cárdenas nació el 24 de octubre 1959 en la ciudad de Neiva y falleció en la ciudad de Bogotá el 22 de julio 1987 a causa de una aneurisma cerebral. Su muerte se da en medio de la huelga adelantada por SINTRASOFASA para presionar a las directivas de la empresa y el Gobierno Nacional a mejorar las condiciones laborales de los y las trabajadores.
Su vida y su lucha, es reflejo de la lucha de los trabajadores colombianos por vida digna.
LA TERCERA PATA DE LA MESA: HISTORIA Y CULTURA DE LOS TRABAJADORES DE SOFASA
Toro Vanegas, Javier I. Bernal Medina, Jorge A. Pérez Flórez, Alberto E. Gómez Agudelo, Wilson.
Sindicato de Trabajadores de la Industria Automotriz.
Medellín: Sintrauto
Quinta Parte: Cuando SINTRASOFASA se interesó por la Vida
La Huelga del 87: La Muerte de Torrejano (Página 234-240)
“… Para la intransigencia patronal la huelga fue una deslealtad (sic); para la ley burguesa la huelga fue legal; para los trabajadores, la huelga fue un medio de conseguir algo que se nos negaba”
El Automotor, 27 de agosto 2987
Entonces llegamos a la sede del Sindicato y no aparecía Rodrigo Torrejano. No llegaba… Y espere… y espere. Luego baje a la carpa a ver qué era lo que pasaba con él. Al llegar a la 35 le pregunte a Mario Baena, directivo de Medellín, por Rodrigo y me dijo “Hombre, Rodrigo está muy enfermo de la cabeza y está hospitalizado en la Clínica San Pedro Claver. Él salió al amanecer de aquí para su casa y su familia lo llevó para esa clínica” (sede principal de atenciones del Seguro Social en Bogotá).
Estuvimos pendientes de los reportes que nos dieran los familiares. Y como a las 11 de la mañana nos avisaron que todavía no lo habían atendido. Pensamos que había que hacer algo. Que no había que dejar al compañero por más tiempo allá; porque, la verdad, pensábamos que podía ser algo grave y se nos podía morir. En Fontibón teníamos una ambulancia Renault 12 que habíamos logrado negociar con la Empresa en el momento de la huelga, precisamente, por si ocurría alguna emergencia. A mí me comisionaron para que fuera por ella y nos desplazáramos hasta la clínica.
Por encima de las prohibiciones, valiéndonos de lo que fuera, nos metimos hasta Urgencias, donde él estaba. En ese tiempo el servicio era muy malo, ahora es medio regular, en esa época era súper-malo. El compañero estaba tirado ahí, en medio de una cantidad de enfermos, acostado en una camilla, como de quince en una fila que hacía desde temprano para que le tomaran placas radiográficas. ¡No le habían suministrado nada! ¡No lo habían atendido!
– Rodrigo, ¿Cómo le va, hombre? ¡Que vaina! ¿Cómo le va? ¿Qué pasa?
– Le pregunte
– No…, un dolor de cabeza… muy terrible – me respondió con mucha dificultad.
– Ahí también estaba l mama y su hermano mayor. Junto con ellos tomamos la decisión de trasladarlo de ahí y para eso hablamos con la gente del Seguro. Allá nos dijeron:
Si ustedes se lo van a llevar, ustedes responden. La clínica no se responsabiliza
– ¡Listo, no hay problema, nosotros nos lo llevamos ya!
Claro, autorizaron la salida y nos lo llevamos en la ambulancia con la sirena encendida y tocando pito por toda la avenida hasta llegar a la Clínica Marly. Cuando elegimos ese centro, en ningún momento se nos pasó por la cabeza lo de los costos, pues era un hospital particular, muy famoso t de buen prestigio, por la calidad del servicio del equipo médico y del equipo quirúrgico… A nosotros no nos importaba lo de los gastos: Lo que nos interesaba era salvarlo.
En urgencias lo atendieron inmediatamente: le tomaron sus signos vitales, le pusieron suero, le colocaron oxígeno y como a la media hora, o a la hora, nos dijeron que tenía un problema grave en la cabeza y que había que hospitalizarlo, y que había que dejar un dinero de no sé qué.
– No hay problema. Si nos aceptan un cheque en garantía, nosotros lo traemos.
– Está bien –nos aprobaron.
Entonces nos valimos de los compañeros de Sintrauto, que en esa época estaba conformado por trabajadores de Kapitol. Les comentamos la situación e inmediatamente los compañeros hicieron un cheque que sirvió de garantía en esos instantes, por valor de cien mil pesos. ¡Ah!…, ya con el compañero hospitalizado queda uno como más tranquilo, porque ya lo estaban atendiendo en cuidados intensivos.
El 21, martes en la mañana, los médicos nos informaron que el estado de Rodrigo era muy grave y que sinceramente poco o nada había por hacer. Con esa incertidumbre nos presentamos a negociar al Hotel Tequendama, allá en el Salón Bolívar, tal como estaba acordado. Al comenzar la reunión, Ramiro Arbeláez se percata que faltaba un negociador y preguntó:
– Hombre. ¿Qué paso?; ¿y Rodrigo…?
– ¡Si, a Rodrigo lo tienen ustedes hospitalizado. Por culpa de ustedes está muy mal de la cabeza! – le respondió alguno de nosotros con mucha rabia… Es que tantas contradicciones, tanta tensión que despierta la huelga.
Mientras tanto, en las horas de la tarde, de la Clínica llamaron a la familia de Rodrigo pidiéndole autorización a la mama para que permitiera la extracción y donación de algunos órganos –riñones, ojos…, bueno algunos que sugerían allá que donaran-, antes de que falleciera. Claro, la mama en medio de su zozobra inmediatamente llamó a la carpa y comentó la cosa. De una nos llamaron de la capa al Hotel. Eran las 5 y 30 de la tarde cuando Juan Diego Arango saltó de su puesto para contestar el teléfono, ya que nosotros estábamos pendientes. Es decir, estábamos discutiendo el pliego, pero pensando en Rodrigo.
Comienza Juan Diego a conversar: Ajá… Y no sé qué… Y ¿a qué horas?… Y Juan Diego Arango, mientras recibía la noticia, se iba escurriendo despacio, recostado contra la pared, con una nostalgia la verraca, hasta que quedó de cuclillas.
Listo. Se murió esa fue la sensación de todos los que estábamos en esa mesa larga, con los representantes de la Empresa al frente, y a un lado 3 del Ministerio. Juan Diego colgó el teléfono. Se paró. Después se sentó en la mesa y de una vez dijo: Rodrigo se murió.
¡Oiga, eso fue una cosa muy verraca, hermano, seguro! Yo no sé de donde saco alientos Juan Diego pero le pegó una vaciada la hijueputa a la Empresa…
Ustedes –señalado a los de la Empresa y hablando con esa putería- son los culpables de la muerte del compañero… Y usted –acusando a Ramiro Arbeláez- es el directo responsable…
Le metió una vaciada la hijuemadre, hermano. La cosa se tensionó porque la Empresa respondió inmediatamente:
-¡Como así! ¿Cómo van a culpar a la Empresa de una situación fruto de algo normal como una negociación? Desafortunadamente sucedió la muerte, pero la Empresa nada tiene que ver con eso –decían airadamente.
Lo concreto fue que unos bajaron la cabeza, otros la levantaron. Lo que si se vio, fueron lágrimas. Oiga bien: Lágrimas, incluso de la gente del Ministerio de Trabajo. También lloró Carlos Ernesto Celi, que hoy es abogado de la Empresa. En fin, ahí se vieron lágrimas verracamente.
Cuando decidimos romper esa güevonada, aplazar la negociación, la última intervención de Juan Diego fue:
– … Y les exigimos que cubran todos los gastos que causó esto.
Estábamos saliendo del recinto e inmediatamente entra un reportero de un noticiero de televisión, creo que era de 24 Horas, tal vez… no recuerdo bien, y entra a hacer una toma de la reiniciación de las conversaciones. Ellos jamás se imaginaron lo que se estaba viviendo ahí. El caso es que nosotros, unos con cada de verracos, con piedra, otros muy tristes, entonces dijimos: “No, aquí no nos vayan a filmar nada”. En esas tenían la cámara enfocando al “elefante” (Miguel Sierra) y ahí mismo reaccionó:
– ¡No me filme aquí esa puta mierda, o se la rompo!
– Pero ¿qué paso? ¿Cómo es la vaina aquí? –replicaban extrañados los periodistas.
Los de la comisión sindical nos fuimos inmediatamente con rumbos diferentes: unos para las carpas y otros para la Clínica, entre los que estaba yo, porque no podía creer esa vaina. Llegamos a uno de los puestos de enfermería del hospital:
– ¿Dónde está? ¿Dónde lo tienen?
– Está en cuidados intensivos.
– Pues, con su permiso.
Yo no sé, hermano, uno se va metiendo y, además, yo he tenido esa facilidad y a cuidados intensivos fui a dar.
– ¿Cuál es?
– Allá está –me dijo alguien.
Lo vi ahí, hermano. La máquina funcionando y el conectado a ella. Veo que todavía tenía signos de vida. Yo veía que estaba vivo y me puse contento. Cambio uno de actitud porque piensa que todavía hay posibilidades de algo.
Sin embargo, formamos un problema esa noche. Porque hicimos circular una versión nuestra en la que acusábamos a la Clínica Marly por mala atención. De pronto se pecó en decir apresuradamente que nos lo habían dejado morir. Entonces imagínese al médico, viendo quienes éramos –porque cuando yo lo llevé le dije: “Ese es el Presidente Nacional del Sindicato de Trabajadores de Sofasa”; eso sí lo dejé muy claro-, viendo la clase de paciente que tenía, con los noticieros encima después de la bomba que formamos.
Nos movilizamos inmediatamente. Llamamos a la carpa (de la 35) y les dijimos que los médicos insistían en que no había nada que hacer, pero que él estaba vivo, que tranquilos que podía haber alguna posibilidad. Desde allí llamaron otra vez a los otros campamentos para avisarles que él no había muerto totalmente, que estaba conectado.
Mientras tanto arrancamos en un carro hacia la Fundación Santa Fe de Bogotá, una clínica de la burguesía que es de lo máximo, y por eso uno pensaba que allá estaban los más verracos porras para que nos ayudaran. Luego de un rato largo fuimos atendidos por un par de médicos:
– ¿Quién es el médico que lo está atendiendo?
– Julano de tal.
– Miren, si ese médico dice que se trata de aneurisma cerebral y que no hay nada que hacer, es porque eso es. Es una eminencia de médico. Incluso nosotros somos alumnos de él. Eso sí, olvídense.
Y nos explicaron en detalle que era lo que pasaba con la enfermedad.
Paso esa noche y él permanecía conectado. Al otro día la familia ordenó que lo desconectaran. El 22, miércoles, lo desconectaron a la 1 y 25 minutos de la tarde.
La Empresa se había comprometido a cubrir todos los gastos, los de clínica y los del funeral. Y cuando el carro de la funeraria El Apogeo iba con él para que lo arreglaran y le pusieran en su caja para el velorio, en el camino decidimos desviarlo y pasarlo por la carpa (de la 35) y, ojalá, tenerlo un rato allí, donde él había estado.
¡Oiga, pues la vaina surtió efecto! Al llegar a la carpa el coche fúnebre empezó a tocar sirena como un verraco. La gente de Autosfrancia empezó a llorar y a gritar. Todo el mundo a brindarle la despedida. Ahí se formó un mitin el hijueputa en toda la 35. Se paralizó el tráfico mientras se le hizo un homenaje que duro más o menos una hora. El homenaje que el compañero se merecía era mucho mejor, pero la situación estaba muy jodida.
Al otro día fueron las exequias con un desfile callejero que parecía más bien una manifestación: desde la sala de velación, hasta la capilla donde celebraron los oficios religiosos, y desde ahí hasta el cementerio la marcha fue verraquisima.
Hay una cosa buena de destacar: los compañeros de Kapitol nos colaboraron mucho ese día. Un gran número de trabajadores asistieron a las exequias y otra buena cantidad se fueron a cuidar las carpas de Fontibón y de la 35 para que los trabajadores de Sofasa pudieran asistir al funeral. Porque eso sí, los trabajadores de Sofasa fueron en un 99 por ciento; yo estuve mirando eso en los de Bogotá; además que vino gente de Duitama.
Ese mismo día, trabajadores de Sofasa y Metalcol hicieron un entierro simbólico. Desde el campamento de Envigado partico cerca de medio millar de personas rumbo al cementerio de Itagüí. Para llegar hasta allí había que recorrer un tramo de la autopista sur. Dos filas ocuparon uno de los dos carriles que tenía, paralizando el tráfico vehicular. Luego cruzaron por un sector residencial. En el transcurso sobresalían algunas pancartas alusivas al momento, una corona de flores, y un ataúd cubierto por una bandera de Sintrasofasa que llevaban sobre sus hombros cuatro trabajadores. Sobresalía también el silencio de los marchistas: se oía solo el pito lejano de los carros y el rumor ocasional de los transeúntes. Al llegar al cementerio, los trabajadores rodearon lentamente el féretro que fue colocado junto a donde comenzaban unas escalas de cemento que subían a un nivel más alto… Y comenzó la ceremonia: “Compañero Rodrigo Torrejano, presente hasta la victoria siempre”. Esa consigna rompió el silencio que se traía desde las carpas.
En Duitama no hubo entierro simbólico, pero sí un acto en el mismo campamento en el que se destacó la actividad del fallecido. Varios directivos de allí se encargaron de eso y de agitar aquella misma consigna que Sintrasofasa había elegido para que circulara nacionalmente,
De nuevo se reanudaron las negociaciones y lo que paso allí fue lo sigue relatando Humberto Patiño:
Cuando comenzamos de nuevo las negociaciones la Empresa mantenía su política de no ablandarse exteriormente, parecía que la muerte de Rodrigo no le inmutara. No manifestaba nada; podía por dentro estar herida, o sentida, o alguna cosa, pero no exteriorizaba nada, ni cambió su actitud frente a las propuestas. “Lamentamos mucho,” y no sé qué cosas dijeron, pero continuaron con su posición vertical.
Al llegar a la mesa encontramos que sólo había 11 asientos y antes de la muerte de Rodrigo nosotros éramos 12 compañeros. Fuimos a otro salón y nos conseguimos otro asiento y lo pusimos en todo el centro del lado nuestro y sobre la mesa colocamos un vaso de agua, ahí donde debía estar él. Algunos de los de la Empresa trataron de rechazar eso porque como que los hería; aunque no alcanzaron a expresarlo directamente: “Vea, quiten eso de ahí”. No. Sino que se notaban incómodos. Y así permanecieron asiento y vaso de agua hasta que se firmó la convención.