“Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”. Sn Marcos 10,32-45.
Mis fortalezas en el desempeño en materia de Derechos Humanos, son una especie de primeros auxilios, orientación y pequeños favores con base en la experiencia personal a través del testimonio. Ingresé como aprendiz por razones de fuerza mayor, a raíz de la detención-desaparición y ejecución extrajudicial de mi hijo mayor Luis Fernando Lalinde Lalinde por una patrulla del Batallón Ayacucho de Manizales en la vereda Verdún, del municipio de Jardín, Antioquia, el 3 de octubre de 1984.
Yo tenía la convicción de que ese tipo de delitos solamente eran propios de las Dictaduras Militares. Nunca había pasado por mi mente que en Colombia con su trayectoria de país demócrata ocurrieran crímenes de esa magnitud. Mi primer maestro en estas lides fue el doctor Héctor Abad Gómez, presidente del Comité permanente de Derechos Humanos en Antioquia quien me acompañó en este drama de la búsqueda de los desaparecidos hasta el 25 de agosto de 1987 fecha en la cual fue vilmente asesinado. Un médico incomparable, solidario, promotor y defensor, como todos los humanistas comprometidos, con la población marginada y quien abrió el camino de la Comisión Int! eramericana de D. H. de la OEA denunciando los hechos sucedidos a mi hijo.
El doctor Jesús María Valle asumió posteriormente como Presidente del Comité hasta su cobarde asesinato en febrero de 1998, me vinculé como miembro activo de su gran equipo de colaboradores en 1989 cuando me prejubilé. Tuve la gran oportunidad de conocer a fondo lo que es, representa y significa en Colombia ser Defensor de Derechos Humanos: Más que una profesión es un apostolado de alto riesgo que ha costado numerosas vidas de personas que dejan huellas imborrables, han abierto caminos, sembrado semillas de respeto, de dignidad, de honradez, se juegan sus vidas por la verdad, por la justicia, por un país mejor y más amable para todos. Ellos fueron maestros incomparables, que sentaron las bases de l! os derechos fundamentales que se plasmaron formalmente en la Constitución de 1991.
Los crímenes de lesa humanidad no cesan, en este nuestro país, hombres y mujeres son amenazados a diario por ser defensores de las clases más vulnerables y desamparadas, por denunciar los atropellos de toda índole que se cometen, aún, en el presente año, por exigir verdad, justicia y reparación integral para las víctimas e impedir que el manto de la impunidad cubra todos los actos atroces que se cometen en esta particular democracia.
Ser defensor de derechos humanos, requiere de formación académica, de disciplina, de capacidad de resistencia, de rigor en la investigación, en la denuncia y en su sustentación, de honestidad a toda prueba. Por estas múltiples razones y otras más, con toda sinceridad considero que este honor me desborda y lo recibo a nombre de todos esas mujeres y esos hombres dignos de toda nuestra admiración y profundo respeto por exponer su seguridad y sus vidas por una noble causa, en un país paraíso de corruptos, de falsos reinsertados, de ejecuciones extrajudiciales, de campesinos e indígenas obligados a dejar sus tierras para apoderarse de ellas con otros fines. Sumados atropellos, montajes, chuzadas, interceptaci! ones de toda índole y amenazas hasta por internet.
También recibo ésta distinción In memoria a nombre de quienes se hallan detenidos y/o desaparecidos, jóvenes de ambos sexos de las ONG, víctimas de montajes, de falsas acusaciones, de recompensas por “colaborar” con la justicia y demás atropellos porque en mi familia lo hemos vivido en carne propia. Un montaje con dos kilos de cocaína de alta pureza, que significaban una pena de 25 años de prisión para mí, acusada de narcotráfico y de ser la jefe de la narcoguerrilla en Antioquia, con el fin de sacarme de circulación por incómoda para el Estado.
Ayer, Miércoles de Ceniza estuve meditando durante la ceremonia, los cambios que nuestra sociedad ha experimentado en más de medio siglo: una deshumanización y degradación nunca imaginada, crímenes atroces, violencia y decadencia a todos los niveles, a los cuales hemos llegado los Colombianos, con el agravante de que la barbarie se ha convertido en rutina, y quien expone diferencias es estigmatizado, pues quien no es Uribista es terrorista, los defensores de D. H. son de las Farc, los campesinoS e indígenas son considerados auxiliares bien sea de la guerrilla, de los paras o de los narcos con el fin, más que todo, de desplazarlos para despojarlos de sus tierras. El cuerpo de las mujeres de todas las edades incluidas la! s niñas, convertidas en botín de guerra: violadas, asesinadas, desaparecidas, descuartizadas, sumadas el gran númer! o de madres que han muerto de cáncer a raíz de la desaparición de sus hijos e hijas y ni hablar de la pésima atención en salud. Pero a nadie parece importarle. Hemos inventado una nueva religión, somos Fariseo-Cristianos. Los fariseos no solamente eran hipócritas sino, ante todo legalistas.
Por mi mente, en la iglesia, desfilaron ayer estos humanistas nuestros, Colombianos, vilmente asesinados, comprometidos al estilo de Cristo con las clases marginadas, los perseguidos, las mujeres apedreadas, las viudas, los enfermos, los niños y pensé: siempre que asesinan un defensor de derechos humanos, están crucificando nuevamente a Cristo y, precisamente, en un país que se precia de Católico. Casualmente, ayer enterramos a doña Lucila Restrepo, integrante de Asfaddes, Medellín, una madre ejemplo de resistencia, que no dejó ni un solo día de exigir verdad y justicia por las atrocidades cometidas con su hijo, estudiante, ejecutado extrajudicialmente.
De este reconocimiento son merecedoras todas esas mujeres admirables desde la Guajira y la costa, hasta el Putumayo; desde el Urabá y el pacífico, hasta los Llanos: indígenas, campesinas, afrodescendientes, madres e hijos de todas las víctimas: de desaparecidos, de ejecutados extrajudicialmente, de secuestrados, masacrados, arrojados a los ríos, en fosas como N.N. (No identificados) discapacitados por las minas, desplazados. Las madres de los soldados secuestrados y aún desaparecidos dentro de la misma institución o torturados y víctimas de otros tratos crueles, inhumanos y degradantes aprendidos en la famosa Escuela de las Américas de la cual Colombia es su mejor cliente aunque muchos países latino-amer! icanos se hayan retirado de ella por sus prácticas tenebrosas. Es llamada la Escuela del Dolor. Pero según la versió! ;n oficial en Colombia no pasa nada.
Hago extensiva esta distinción, especialmente, a mis hijos e hija, a mis nietos en la distancia, a mis nueras quienes siempre me han acompañado en este transitar por los caminos de la noche y de la niebla al costo que cada uno ha pagado: el exilio, la cárcel, el desprestigio y demás atropellos que perduran en el tiempo. Ellos son el motor que ha movido mi existencia. A mis hermanas y mis sobrinas. A mi familia alternativa, grupo admirable de jóvenes, hombres y mujeres de diversas Organizaciones Nacionales e Internacionales, siempre presentes en estos difíciles años con su solidaridad incomparable para mantener viva la memoria de Luis Fernando. A mis solidarias compañeras desde el Colegio hasta el Aula de Mayores de ho! y. Y a la familia Valle Jaramillo nuestra admiración y gratitud permanente por lo que fue y representó el Doctor Jes&uacut! e;s María Valle en nuestras vidas y por lo que ellos siguen significando por su apoyo a la causa de los derechos humanos.
También quiero destacar la acertada idea de crear la distinción Gran Defensor de los derechos humanos Jesús María Valle Jaramillo por el honorable Concejo de Medellín, porque ello permitirá mantener viva la memoria de tan preclaro hombre para que su ejemplo de valor, dignidad y solidaridad sirva de modelo a seguir para las nuevas generaciones, y porque, es encomiable reconocer el aporte significativo que en materia de derechos humanos hacen las personas y organizaciones distinguidas con este homenaje. Esta decisión del Concejo de Medellín, debe ser modelo para otros gobernantes y la clase dirigente del país, pues se compromete y reconoce la importancia de la labor de defensa y promoción de los derechos h! umanos, como fundamento y sustento de una democracia real.
De mi parte, seguiré cumpliendo con mi compromiso de mantener viva la memoria del doctor Jesús María Valle Jaramillo a través del Partido de las Mamás, del cual me declaré militante cuando conocí el drama de muchas familias, independientemente de quien fuera el victimario; porque el dolor de una familia y de una madre no admite diferenciaciones.
Finalmente, recibir el premio con la fundación Sumapaz me llena de satisfacción por lo que ha sido su trayectoria en la labor de defensa de los derechos de los pobres, de los oprimidos, de las mujeres a quienes promueven para que asuman liderazgos constructivos en medio de una sociedad enferma. Yo también he sido beneficiaria de Sumapaz, y de las organizaciones que apoyan el movimiento de víctimas de crímenes de Estado, que crearon la galería de la memoria de nuestra historia de vida para conmemorar los 25 años de la desaparición de Luis Fernando, dignificando su existencia y reconociendo su valor como ser humano admirable. Por ello me siento sumamente orgullosa.
El tiempo es corto para manifestar todo lo que ha habido alrededor de nuestra historia, de 26 años de lucha y trasegar acompañados siempre por la solidaridad y compromiso de muchos y muchas que a nivel nacional e internacional nos han apoyado inconmensurablemente. Me da pena no nombrarlos, quisiera reconocerlos a todos, pero los llevo en mi corazón y les ofrezco esta distinción.
Muchas gracias,
FABIOLA LALINDE
Medellín, marzo 10 de 2011